lunes, febrero 22, 2010

Correspondencia Particular para 'El partido liberal' (3)

Crónica publicada en El Partido Liberal, México, 13 de julio de 1886

SUMARIO.

—SEMANA DE JUNIO.
—EL JUEGO DE PELOTAS.
—EL CULTO DE LA FUERZA EN LOS COLEGIOS.
—LAS FIESTAS DE FIN DE CURSO.
—LA EDUCACIÓN ANTIGUA Y LA NUEVA.
—LO CIENTÍFICO SOBRE LO CLÁSICO.
—PREDOMINIO DEL ESPÍRITU DE LIBRE INVESTIGACIÓN.
— LA EDUCACIÓN EN LOS COLEGIOS COMO MEDIO DE PREPARAR PARA LA VIDA.
—LOS DISCURSOS DE LOS GRADUANDOS.
—LA VIDA NACIONAL ANULA LA EDUCACIÓN.
—EL PROGRAMA DE ESTUDIOS DE HARVARD.
— CONVIENE EDUCARSE EN LA PATRIA.
—El PELEADOR SULLIVAN.
— CÓMO LO ADMIRAN Y MIMAN EN NUEVA YORK.


New York, 26 de junio (de 1886)

Señor Director de El Partido Liberal:

No cabe una cacería del Indostán, con sus príncipes, con sus elefantes, con sus pabellones, con sus bayaderas, con sus brahmanes vestidos de blanco, en la cuenca de una uña: así no cabe en una revista esta semana de fin de junio ardiente, donde con la cercanía mayor del sol crecen el amor, la generosidad, el placer y los crímenes. Todo es regata de yachts, de caballos, de caminadores. Todo es gente que marcha, color que brilla, cinta que flota, fresa madura que convida al diente. Se mezclan las últimas palabras serias del año, dichas de prisa en el Congreso, los Colegios y los Tribunales, con esos cuchicheos de aurora con que renace en estos meses la naturaleza en los árboles, en los nidos y en las almas. Si se mira a las calles por la tarde, no se ven sino mozos robustos que andan a buen paso, para cambiar sus trajes de oficio por el vestido de paseo, con que han de lucir galas a la novia, o el del juego de pelota, que aquí es locura, en la que se congregan por parques y solares grandes muchedumbres.

Los juegos son como los pueblos en que privan: este es golpe, rudeza, ausencia de arte: se enronquecen y embriagan con ese juego burdo, que cría la admiración funesta por los fuertes, tanto (que) en los colegios se mira aquí como a pobre persona el que se nutre, como de estrellas que muerden, de ideas y sueños grandes: acá los prohombres de los colegios, los que se llevan las damas y mantienen corte, son el que mejor rema, el que mejor recibe la pelota, el que más sabe de hinchar ojos y desgoznar narices, el que más bebe o fuma. Niños de nuestras tierras que vienen a estas Universidades con el almita clara y encendida, llena de sombras de héroes y de colores de bandera, se vuelven ¡ay! a los pocos años de estar entre estos boxeadores, mozos hoscos y abruptos, ida toda la flor, sin fe
más que en el dinero y en la fuerza. Mejorar los colegios nativos, que con ser como son ya son mejores, vale más pese a la gente novelera, que sacar a los hijos de bajo de las alas de la patria para venir a donde olvidan la suya, y no adquieren la ajena.

***

Este es uno de los acontecimientos de junio en los Estados Unidos: las fiestas de fin de curso. Toda una página dedica cada periódico día sobre día a las recepciones alegres con que acaban su año las escuelas públicas de niñas, donde estas recitan, cantan, tocan, y entre pabellones y ramilletes reciben a la vez el diploma de maestras de Escuela Normal, y la rosa de los amores de la naturaleza. En las Universidades, en las Escuelas Técnicas, en los Colegios que acá mantienen, para crianza de prosélitos, las grandes sectas religiosas, estos son días de baile y premio, de palabras sabias y de regatas locas. Se cierran los cursos en Harvard y Yale, en Columbia y en Princeton, en Amherst y en Williams.

Ya acabó la bárbara costumbre de llamar con nombres latinos a los estudiantes norteamericanos, lo que hacían traduciendo al latín el nombre inglés, de modo que un John Nose venía llamándose en clase como si en español le dijésemos Juan Narices. Y ya se va acabando, acicateada por los tiempos, aquella preminencia que los estudios meramente literarios, a que tienden sin precisión de espuelas las almas finas que necesitan de ellos, tenían hasta hoy sobre los estudios de mayor cuantía que preparan para los choques menesteres de la vida, en esta época de revuelta donde cada cual tiene que ser padre de sí, y no hay herencia segura, ni se edifican casas para siglos, ni hay fortuna que esté a salvo de los vuelcos sociales y de las catástrofes financieras. La casa, que ha mantenerse tan santa como nuestra masa vil nos lo permita; debe educar el alma en el aseo y horror del fango, de que se hacen hoy generalmente las estatuas. La escuela ha de equipar la mente para faena de la vida.
Si la vida no es una Universidad, sino una casa llena de odios y fatiga ¿a qué educar a los hombres que han de vivir en ella como para vivir en Universidades? Ya estos no son tiempos de toga regalada y chocolate de canónigo. Hoy, se come agonía y se bebe angustia. Por eso hay tanto infeliz que no puede ser honrado, y tanto astro sin alas: porque en nuestros países, donde la cultura se ha acumulado aún en bastante para que el consumo de ella por la masa común corresponda a la fuerza de ella en las almas superiores, no puede existir mercado suficiente para la suma de Literatura y Arte que se enseñan exclusivamente en las Escuelas. Ármese en la escuela al niño con las armas que ha de necesitar para la vida. Otras razas, corpudas y bestiales, corren riesgo de perder con la exageración de ese sistema aquel suave y clemente espíritu femenino que trae a los pueblos la educación artística, para engendrar en el trato con los oficios briosos la gloria que los alegra y perpetúa. Nuestros pueblos, donde las rosas huelen y las mujeres aman, renuevan incesantemente en cada niño la poesía.

***

Esas fiestas de fin de curso, si no acabasen en regatas enconadas y en desafíos celosos de pelota, serían cosa bella, porque siempre se reúnen para cerrar el año en los salones de cada Universidad los oradores de palabra más lujosa, los funcionarios del Estado, las damas literarias, y las jóvenes con sus vestidos de Primavera. En algunos colegios, como las Universidades acá se llaman, señoritas y mancebos se educan a la vez, y suele suceder que los discursos de traje blanco y ramillete al pecho, ahondan y valen más que los discursos de levita cerrada y espejuelos.

Un príncipe de la palabra, un gran sacerdote, un candidato a la presidencia de la República, un educador ilustre, habla solemnemente a los alumnos, que ya están al tomar, en los umbrales del colegio, el fusil y la mochila de la vida. Luego, entre premios y música, van leyendo o recitando los graduandos más distinguidos sus peroraciones, que antes eran sólo sobre Lupercios y Teofrastos, y cosas de antaño que no sirven hogaño; pero ahora, como que la savia nueva ha entrado de fuerza propia en los colegios, ya no hablan solamente de latines y grecias, y de la eternidad y prepotencia de los dogmas de la secta que mantiene la Universidad, sino del buen sentido y armonía consoladora con que fue creado el mundo, de la esencial libertad de investigación que confirma al hombre en su fuerza y nobleza, y le da la majestad interior de que necesita estar poseído para vivir con fruto en marcha a lo alto. Todavía hablan los temas mucho de sequedades antiguas; pero ya se trata en gran número de ellos de la verdadera composición espiritual y material de la tierra en que vivimos, y de la formación, tendencias y vicios de los elementos vivos que batallan sobre ella.

En Harvard y en Yale, colegios venerandos y canosos, tiene ya tanto campo esta manera nueva, que no sólo se deja en amplia libertad de espíritu al alumno en cosas de doctrina religiosa, sino que se han añadido a los cursos literarios usuales, otros cursos exclusivamente científicos, y se ha puesto cátedra doble de los problemas que más afectan hoy a la Nación. Allí puede un alumno escoger, si le place, el estudio de las letras; pero no está forzado a ella, sino que puede arreglar sus asignaturas clásicas con otras de mayor realidad y momento; y oír a la vez la cuestión de la tarifa explicada a una hora por un profesor librecambista, y a la hora siguiente, cátedra sobre cátedra, por un maestro del sistema prohibitivo. Así, es verdad, no ganan fanáticos las iglesias ni los partidos; pero la patria se cimenta sobre un único sostén: los hombres de pensamiento propio.

***

¡Ah! da envidia leer el programa de enseñanza en Harvard, donde no hay asunto digno de la mente que no tenga un buen maestro, y de donde, si se estudia con ahínco, se puede salir hombre “vivo y efectivo”, como dicen las lápidas de los militares de antes en los cementerios españoles: pero ¿qué flor vive sin aire? Todas esas finezas de cátedra, todo ese lujo de materias y maestros, todo ese glorioso empeño de los educadores por ir conformando las casas de enseñanza a los tiempos en que han de vivir los que se crían en ellas, como que se evaporan en este aire pesado para las almas, como que perecen por falta de estímulo en esta loca contienda por la simple riqueza pecuniaria, como que se extinguen en el desprecio en que tienen a las carreras sudorosas, las carreras limpias de producto lento, los hijos adementados de estos hombres de mirada gris e insegura, que sólo veneran sinceramente, por sobre humanidad y sobre patria, la capacidad de acumular súbitamente una masa estupenda de fortuna.

La pujanza los enamora y los domina. Les gusta lo que arremete, lo que violenta, lo que invade. ¡Ved cómo miman los estudiantes durante todo el año, no al poeta de frente grave que les leerá la oda de fin de curso, no al mozo pensador que ya desde las aulas medita la manera de que los problemas sociales se vayan resolviendo sin sangre y en justicia, sino a “los nueve” ágiles que deben vencer a Yale en el juego de pelota, a los “ocho” de brazos alados que han de competir por el premio de remo con los ocho del colegio vecino, al que en las brutales peleas con que en otoño se inauguran las clases arrancó “el bastón” de las manos ensangrentadas al que lo defendía en nombre de las clases rivales! ¡ved con qué saña, mal contenida durante todo el año, se entregan a estas regatas y desafíos, y apuestan sobre ellas, no por aquel sano amor a los ejercicios viriles que hizo hermosos y fuertes a los primeros griegos, sino con aquella mercenaria y rencorosa rivalidad que afeaba las lidias tremendas de los gladiadores de Roma y de Pompeya! ¡ved cómo muchos de ellos, deslumbrados por la paga que aquí se da a los buenos jugadores de pelota, abandonan su carrera casi terminada, y truecan su libro augusto por la camisa azul y el pantalón corto de los histriones, en que los aplaude y venera el populacho! Pudren acá esos vicios de pueblo rudo y ambicioso el aire de los colegios. El aire deshace lo que hace la cátedra. La educación verdadera está en el coadyuvamiento y cambio de almas. Lo sórdido de la vida sofoca acá lo luminoso de la escuela. Se debe vivir entre aquellos con quienes se ha de batallar.

***

Acá es frenesí este amor al gladiador. Se tiene en él una gran vanidad, como si encarnara y representase al país en lo que más se estima. Ahora mismo agita el papel en que esto se escribe, el aire que entra por la ventana, lleno de la música ruidosa con que van a saludar unos mozos entusiastas al púgil Sullivan, rey de los puñetazos, que tiene ya cinco años de vida de triunfo, adorado y mimado por su fuerza. De un golpe abate a un hombre: de dos lo mata. Lleva una vida brutal. El día es para él Champagne; de noche, cerveza; un puñetazo, el cielo. Le deleita quebrar labios y leyes. No tiene una bondad ni arranque de hombre. A su mujer, la tunde. A su hijito, de ojos azules, lo echa escaleras abajo. Goza en magullar. Tiene el gusto burdo, y va todo él colgado de brillantes: lleva un puño de ellos en la pechera de la camisa: un anillo le relampaguea en la mano derecha: otro en la izquierda. Usa un sombrero blanco como la leche. Pero toda esta grosería y brutalidad se le perdonan. La policía lo escuda y lo trata tiernamente. Los tribunales no le son hostiles. Se ve en él todo eso como ornamento y gracia de su majestad. Un cariño real acompaña y protege por todas partes a esta bestia.
Aquí está en un hotel que abre sus balcones sobre el aire aromado del Parque Central, preparándose para la pelea enorme con que va a celebrarse el día 4 de julio, el día santo de la independencia patria!
Diez días faltan, y ya no habla New York de otra cosa. Se olvidan las carreras de caballos, los desafíos de pelota, la noticia de que la hermana del Presidente publica una novela de amores; las sentencias recaídas sobre los obreros coaligados que amenazan a los dueños la demanda de un representante para que el Congreso impida que el gobierno francés tome sobre sí la obra del canal de Panamá. Todo eso se lee como de pasada. De nada de eso se trata en las conversaciones. La primera ojeada de los que leen diarios es para el párrafo de Sullivan. Los diarios informan al público de que sus ojos están claros, vivos, buenos para la pelea. Tiene un cuidador que le amasa la piel dos veces al día, que le lleva al levantarse por las mañanas un vaso de agua, con cuatro yemas de huevo. Todo el día está en el hotel rodeado de gente. El campeón sale dos veces a tomar el aire, en un carruaje pomposo, que él quiere que sea muy grande, y de dos caballos. Si está almorzando adentro, la multitud cuchichea afuera: “Le han servido cuatro costillas”: “no toma más que té y yemas de huevos”: “ya pesa cinco libras menos”. Si se acerca a la puerta para tomar el suntuoso coche, la multitud se arremolina, se siente como una unción, los policías halagüeños limpian el paso para su héroe, el héroe sale, acogido por un clamor de victoria, y cuando vuelve, pleno el pulmón de aire de flores, la gente es más, y de la plazoleta del hotel, que es toda una cabeza, surge un vítor robusto que corean los chicuelos amontonados de todas partes de la ciudad, para respirar siquiera el polvo del carruaje del campeón a quien admiran. Da frío, ver criarse a un pueblo entero en el culto de la fiera.

Tomado de Otras crónicas de Nueva York.
Investigación, introducción e Índice de cartas Ernesto Mejía Sánchez,
Editorial de Ciencias Sociales, 1983.

1 Opiniones:

Anónimo dijo...

Me alegro que retomes la publicación en el blog de Martí. En casa lo oigo de Fide y en el trabajo me doy un saltico por tu página. Un beso, Maya

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