lunes, febrero 15, 2010

La velada del viernes.

Artículo publicado en El Progreso, 23 de marzo de 1879*


Tenía razón La Patria. Ni más brillantes ni mas selectas, ni a gran distancia en lo profundas, son las discusiones del Ateneo de Madrid. Enérgico Moisés, el presidente del Liceo, ha tocado con su vara mágica una roca llena de mujeres bellas, de ingeniosos poetas y de amigos de la tierra, de enamorados del cielo, de realistas que vuelan como las águilas, de idealistas que razonan como los matemáticos: “¡quién había de pensar -nos decía un disertante, de negro bigote y estrecha y luenga barba, -que había todo esto dentro de la roca!”
Y otro, -nacido en tierras andaluzas- nos decía con emoción y con amor: -¡qué grandes talentos había en esta tierra!
Y la noche le daba razón. Un abogado artista-que no basta el frío de los pergaminos a espantar las mariposas del alma-pronunció un elegante discurso, salpicado de delicadas remembranzas. Habló Miguel Viondi como un orador de guante blanco. Arrancó aplausos no con el tono arrebatado del imaginador fogoso y atrevido, sino con el artístico matiz, correcto giro, acertado pensamiento y limpia forma que supo dar a su buen discurso. Se declaró idealista, por cuanto no halla en la copia de lo que existe ejemplos a que amoldar las excelsas condiciones de lo que en todas las artes bellas, que recorrió en sucinto examen, ha producido el inspirado espíritu. Hay algo en el estilo de Viondi de las empuñaduras de Benvenuto Cellini.
Al tierno sentidor sucedió una legitima esperanza de la tribuna, -un orador que lo es ya, cuando comienza a serlo, -un brioso mantenedor de la doctrina positiva, a cuya explicación y vulgarización -como exclusivo objeto, pareció tender en el curso brillante de su bien modelada peroración. Acción desembarazada, períodos robustos, animada convicción juvenil, ardor de enamorado en la defensa de la doctrina que profesa eran sobrados motivos para que aquel discreto público acogiera con prolongadas salvas de justísimos aplausos el levantado discurso de Dorbercker. Bien es que, más que del tema, trató de la filosofía que ama con pasión, y expuso con serenidad y brillo. ¡Pero bien haya este extravío momentáneo de la discusión, puesto que él nos dio a conocer cómo entre labios húmedos todavía con las mieles de la adolescencia, pueden esconderse raudales de imágenes potentes, que vendrán a ser un día acrecidas con la experiencia, corrientes vigorosas que combatan a este mal revuelo de la patria!
Leyó enseguida el señor Ramiro unas redondillas excelentes, bien inspiradas, bien escritas y bien hechas. Hizo reír con la buena risa. Sacó a plaza a todos los mantenedores del torneo. En filosofía estuvo por lo que queda, después de que todo ha muerto. Devoto del hogar, siente que hay algo más de lo que se ve, y que no es, por tanto, el arte humilde copia. Los fluidos versos fueron justamente interrumpidos y coronados con cariñosos aplausos.
Ocupó después la tribuna -y la ocupó completamente- Rafael Montoro. Limpísima palabra, caudal inagotable, potente raciocinio, vigoroso análisis, notabilísima potencia para examinar, presentar y deducir, he aquí a Montoro. Idealista a lo Hegel, dio rudos golpes de maza a las calurosas afirmaciones de Dorbercker. Sentó su teoría artística, y la aplicó a las diversas artes bellas “que surgen admirables -dijo- después de todas las filosofías que las razonan”. Trajo la teoría a las obras dramáticas; estudió éstas en su formación, en su ejecución, en su objeto. No trató bien a Courbet. No halló razón a los realistas. Dio vida a la clara estética de su maestro. Y concluyó opinando que es el genio, y no la repetición de lo visible, la obra artística. No hubo manos que no aplaudieran aquella improvisación correcta, analizadora, nutrida, siempre levantada, nítida siempre, siempre serena. Bien dijo el literato Canalejas lo que dijo en Madrid del orador cubano.
Habló Dorbercker, el orador reglano, repitiendo en las respuestas a Montoro, con abundosas frases y firme fe, los que él tiene por inquebrantables dogmas del positivismo. En la rectificación confirmó el joven sacerdote la opinión que de su ardiente fe nueva había el público mostrado.
Razonador fácil y oportuno se mostró de nuevo Montoro en la réplica.
Y así fue, a grandes rasgos, la brillantísima velada que puso, a los envidiosos, respeto; a las damas, orgullo de los buenos de la patria; a los buenos, que son los más, generoso contento y legítimo entusiasmo.

X


*Este artículo, que se publicó firmado por X, en El Progreso, órgano de Regla y Guanabacoa, ha sido facilitado e identificado, sin duda alguna, como de Martf, por el doctor Federico Castañeda, pues en una “Gacetilla” de dicho periódico, en el número del 9 de marzo de 1879, dice: “Buena Noticia. Tenemos el gusto de anunciar a los lectores que Pepe Martí se ha encargado de hacer para nuestro periódico las ‘Reseñas de los discursos del Liceo”.

Tomado de O.C. Vol 5, pp. 317-318 (Miscelaneas)

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