Nunca supe yo lo que era público, ni lo que era escribir para él, mas a fe de diablo honrado, aseguro que ahora como antes, nunca tuve tampoco miedo de hacerlo. Poco me importa que un tonto murmure, que un necio zahiera, que un estúpido me idolatre y un sensato me deteste. Figúrese usted, público amigo, que nadie sabe quien soy: ¡qué me puede importar que digan o que no digan?
Diránme que en nada me ajusto a la costumbre de campear por mis respetos, -que nada más significa esta comezón de publicar hojas anónimas con redactores conocidos;-diránme que soy un mal caballero: amenazaránme con romperme los brazos, ya que no tengo piernas, mas, a fe de osado y mordaz escribidor, prometo y prometo con calma que a su tiempo se verá que este Diablo, no es un diablo, y que este Cojo no es cojo.
Esta dichosa libertad de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso decir.
Y a Dios gracias, que en estos tiempos dulces hay distancia y no poca de su casa al Morro. En los tiempos de don Paco era otra cosa. ¿Venía usted del interior, y traía usted una escarapela? -¡al calabozo! ¡Habló usted y dijo que los insurrectos ganaban o no ganaban? -¡al calabozo!--¿Antojábasele a usted ir a ver a una prima que tenía en Bayamo? -¡al calabozo!- ¿Contaba usted tal o cual comentario, cierto episodio de la revolución? -¡al calabozo!- Y tanta gente había ya en los calabozos, que a seguir así un mes más, hubiera sido la Habana de entonces el Morro de hoy, y la Habana de hoy el Morro de entonces. Puede por esto colegirse lo que por acá queremos a aquel buen señor de quien dirán las historias que se despedía a la francesa.
Pero no hay sólo libertad de imprenta: hay también libertad de reunión. Quiere un zángano ganarse prosélitos, y héteme aquí que junta al honrado fidalgo, dueño de quinientos negros; al famoso jockey, dueño de otros cuantos; al mayordomo de cierta señorona, y a un maestro que tiene un cerebro más pastelero que la mismísima pastelería. Dícese allí que es una iniquidad la abolición, en lo cual yo no me meto; y que la insurrección es la ruina del país, en lo cual por ahora tampoco tomo cartas; y dícense otras muchas cosas que tal parecen salidas del cerebro de enfermo. Y en éstas y otras se concluye la importante sesión, satisfechos los parlanchines de haber dicho muy grandes cosas.
Otros de esos que llaman sensatos patricios, y que sólo tienen de sensato lo que tienen de fría el alma, reúnen en sus casas a ciertos personajes de aquellos que han fijado un ojo en Yara y otro en Madrid, según la feliz expresión de un poeta feliz, y que con sólo este título pretenden imponer sus leyes a quien tiene muy pocas ganas de sufrir tan ridícula imposición. A ser yo orador, o concurrente a Juntas, que no otra cosa significa entre nosotros la tal palabra, no sentaría por base de mi política eso que los franceses llamarían afrentosa hésitation. 0 Yara o Madrid.
Mas, volviendo a la cuestión de libertad de imprenta, debo recordar que no es tan amplia que permita decir cuanto se quiere, ni publicar cuanto se oye. Un ejemplo al canto. Si viniese a Cuba un Capitán general, que burlándose del país, de la nación y de la vergüenza, les robara miserablemente dos millones de pesos; y corriesen rumores de que este general se llamaba Paco o Pancho, Linsunde o Lersinde, a buen seguro que mucho habría de medirse usted, lector amigo, antes de publicar noticia que tanto ofende la nunca manchada reputación del respetable cuanto idóneo representante del Gobierno Borbónico en esta Antilla. Y esto lo digo para que a mí como a los demás nos sirva de norma en nuestros actos periodiquiles.
Conque al periódico, público amigo ¡al periódico, buen diablo! ¡al periódico, lector discreto! ¡ y lluevan pesetas como llueven diabluras!
-Amigo, ¡una buena noticia!
-Y ¿qué es ello?
-Se dice que las tropas españolas han tomado el puertecito de Bayamo, distante cuatro leguas de Cuba.
-Buen provecho.
-Amigo, ¡otra noticia!
-Diga usted.
-Se dice que durante tres días habrá luminarias en celebración de la toma de Bayamo.
-Según eso, ¡el tal puertecillo debe ser cosa importante?
-Importante, muy importante. Figúrese usted que tiene cerca de él nada menos que los dos caseríos del Dátil y del Horno. . . de los cuales no sé más que el nombre.
-¿Señor Castañón?
-¿Qué hay?
-Aquí lo busca a usted la señorita Cuba, que viene a reclamar su voz, que según dice, ha tomado usted sin su licencia.
-¡Ay, cierra, cierra, amigo! Di que me he mudado de casa; que me he ido al infierno, que. . . que qué sé yo... en fin... mira. . . como te atosigue mucho, le dices, de mí parte, que pienso mudar de voz, ¿eh? Pero pronto, ¡pronto!
No sabemos a estas horas si la señorita Cuba entró o no entró, a tiempo avisaremos este fausto acontecimiento.
El señor Zayas ha publicado un folleto que en la primera página decía: Cuba -Su porvenir.- Por J. M. Zayas.
Pero se susurra que un iluso respondió al folleto con estas solas palabras: Cuba -Su porvenir, independencia.
Sí yo fuera político discutiría el folleto y la respuesta; pero como no soy más que un pobre diablo, me contento con decir al señor Zayas:
-¿Quién le ha preguntado a usted su opinión, ni para qué cree usted que la necesitaba Cuba?
Una de las grandes máximas que el mundo admira es ésta:
Odia al delito, compadece al delincuente.
¿Por qué entonces tanto ensañamiento contra ese Pascual Riesgo que no ha de tocar en nuestros destinos ni pito ni flauta? ¿Es acaso algún importante personaje? Si en 1851 era un infame realista, y hoy es un estúpido liberal, ¡dejarlo! ¿Qué nos importa Pascual Riesgo? Si en privadas circunstancias a éstas, pidió en la Prensa la cabeza de un hombre libre, y hoy declama contra la pena de muerte, idejarlo! ¿Qué nos importa Pascual Riesgo?
-¿Señor Pablito, el de las aulas?
-¿Qué quiere usted?
-De parte del apóstol que no vuelva usted a alterar la fecha de los cuadros, ni cometa usted más desmanes,
Diránme que en nada me ajusto a la costumbre de campear por mis respetos, -que nada más significa esta comezón de publicar hojas anónimas con redactores conocidos;-diránme que soy un mal caballero: amenazaránme con romperme los brazos, ya que no tengo piernas, mas, a fe de osado y mordaz escribidor, prometo y prometo con calma que a su tiempo se verá que este Diablo, no es un diablo, y que este Cojo no es cojo.
Esta dichosa libertad de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso decir.
Y a Dios gracias, que en estos tiempos dulces hay distancia y no poca de su casa al Morro. En los tiempos de don Paco era otra cosa. ¿Venía usted del interior, y traía usted una escarapela? -¡al calabozo! ¡Habló usted y dijo que los insurrectos ganaban o no ganaban? -¡al calabozo!--¿Antojábasele a usted ir a ver a una prima que tenía en Bayamo? -¡al calabozo!- ¿Contaba usted tal o cual comentario, cierto episodio de la revolución? -¡al calabozo!- Y tanta gente había ya en los calabozos, que a seguir así un mes más, hubiera sido la Habana de entonces el Morro de hoy, y la Habana de hoy el Morro de entonces. Puede por esto colegirse lo que por acá queremos a aquel buen señor de quien dirán las historias que se despedía a la francesa.
Pero no hay sólo libertad de imprenta: hay también libertad de reunión. Quiere un zángano ganarse prosélitos, y héteme aquí que junta al honrado fidalgo, dueño de quinientos negros; al famoso jockey, dueño de otros cuantos; al mayordomo de cierta señorona, y a un maestro que tiene un cerebro más pastelero que la mismísima pastelería. Dícese allí que es una iniquidad la abolición, en lo cual yo no me meto; y que la insurrección es la ruina del país, en lo cual por ahora tampoco tomo cartas; y dícense otras muchas cosas que tal parecen salidas del cerebro de enfermo. Y en éstas y otras se concluye la importante sesión, satisfechos los parlanchines de haber dicho muy grandes cosas.
Otros de esos que llaman sensatos patricios, y que sólo tienen de sensato lo que tienen de fría el alma, reúnen en sus casas a ciertos personajes de aquellos que han fijado un ojo en Yara y otro en Madrid, según la feliz expresión de un poeta feliz, y que con sólo este título pretenden imponer sus leyes a quien tiene muy pocas ganas de sufrir tan ridícula imposición. A ser yo orador, o concurrente a Juntas, que no otra cosa significa entre nosotros la tal palabra, no sentaría por base de mi política eso que los franceses llamarían afrentosa hésitation. 0 Yara o Madrid.
Mas, volviendo a la cuestión de libertad de imprenta, debo recordar que no es tan amplia que permita decir cuanto se quiere, ni publicar cuanto se oye. Un ejemplo al canto. Si viniese a Cuba un Capitán general, que burlándose del país, de la nación y de la vergüenza, les robara miserablemente dos millones de pesos; y corriesen rumores de que este general se llamaba Paco o Pancho, Linsunde o Lersinde, a buen seguro que mucho habría de medirse usted, lector amigo, antes de publicar noticia que tanto ofende la nunca manchada reputación del respetable cuanto idóneo representante del Gobierno Borbónico en esta Antilla. Y esto lo digo para que a mí como a los demás nos sirva de norma en nuestros actos periodiquiles.
Conque al periódico, público amigo ¡al periódico, buen diablo! ¡al periódico, lector discreto! ¡ y lluevan pesetas como llueven diabluras!
-Amigo, ¡una buena noticia!
-Y ¿qué es ello?
-Se dice que las tropas españolas han tomado el puertecito de Bayamo, distante cuatro leguas de Cuba.
-Buen provecho.
-Amigo, ¡otra noticia!
-Diga usted.
-Se dice que durante tres días habrá luminarias en celebración de la toma de Bayamo.
-Según eso, ¡el tal puertecillo debe ser cosa importante?
-Importante, muy importante. Figúrese usted que tiene cerca de él nada menos que los dos caseríos del Dátil y del Horno. . . de los cuales no sé más que el nombre.
-¿Señor Castañón?
-¿Qué hay?
-Aquí lo busca a usted la señorita Cuba, que viene a reclamar su voz, que según dice, ha tomado usted sin su licencia.
-¡Ay, cierra, cierra, amigo! Di que me he mudado de casa; que me he ido al infierno, que. . . que qué sé yo... en fin... mira. . . como te atosigue mucho, le dices, de mí parte, que pienso mudar de voz, ¿eh? Pero pronto, ¡pronto!
No sabemos a estas horas si la señorita Cuba entró o no entró, a tiempo avisaremos este fausto acontecimiento.
El señor Zayas ha publicado un folleto que en la primera página decía: Cuba -Su porvenir.- Por J. M. Zayas.
Pero se susurra que un iluso respondió al folleto con estas solas palabras: Cuba -Su porvenir, independencia.
Sí yo fuera político discutiría el folleto y la respuesta; pero como no soy más que un pobre diablo, me contento con decir al señor Zayas:
-¿Quién le ha preguntado a usted su opinión, ni para qué cree usted que la necesitaba Cuba?
Una de las grandes máximas que el mundo admira es ésta:
Odia al delito, compadece al delincuente.
¿Por qué entonces tanto ensañamiento contra ese Pascual Riesgo que no ha de tocar en nuestros destinos ni pito ni flauta? ¿Es acaso algún importante personaje? Si en 1851 era un infame realista, y hoy es un estúpido liberal, ¡dejarlo! ¿Qué nos importa Pascual Riesgo? Si en privadas circunstancias a éstas, pidió en la Prensa la cabeza de un hombre libre, y hoy declama contra la pena de muerte, idejarlo! ¿Qué nos importa Pascual Riesgo?
-¿Señor Pablito, el de las aulas?
-¿Qué quiere usted?
-De parte del apóstol que no vuelva usted a alterar la fecha de los cuadros, ni cometa usted más desmanes,
que las lenguas andan sueltas
y las cosas muy revueltas.
y las cosas muy revueltas.
-¿Qué hizo el general Lersundi en la Isla de Cuba?
-Embarazar.
-¿Y Gutiérrez de la Vega?
-Hacer cortesías.
-¿Qué nombre tendrá la política de Dulce?
-Dulcificadora.
-¿Dulcificará?
-¿Qué me dice usted del Diario de la Marina?
-Que ayer se picó, pero sigue siempre jugando la cabeza.
-¿Y qué cree usted de La Verdad?
-Que es la pura verdad.
-¿Y usted se atreve a decirlo?
-Claro. Verum est id quod est, dijo San Agustín.
El Diario de la Marina tiene desgracia.
Lo que él aconseja por bueno, es justamente lo que todos tenemos por más malo. ‘Y esto lo prueba “El Fosforito”.
Lo que él vitupera por malo, es justamente lo que tenemos por bueno.
Y esto lo pruebo yo.
Quería censor: no hay censor.
Dijo que la libertad de imprenta traía muchos males.
Para él sí; para los demás no; porque gana el que escribe, puesto que puede escribir; gana el que imprime, puesto que no hay censura que le arrebate el trabajo, y gana el que lee, porque se nutre de las cosas buenas, y aprende a despreciar las malas. ¡Pobre Diablo!
-¿Y qué hay de la Prensa?
-Que por ilegible se ha hecho invulnerable.
-¿Tú por aquí, Basilio?
- ¡Amado Cojuelo!
-¿Y qué me dices de nuevo, hombre?
-Que ya soy Bachiller, amigo. ¡Bachiller! ¿Comprendes tú lo que es ser Bachiller?
-¿Bachiller en artes? Sí, hombre. ¡Burro en todas partes! Pero, mira; a Dios gracias ya se acabó la especie asnal. Ahora cada quisque lo sudará, ¿entiendes ? El, el quisque, el Bachiller lo sudará, y no lo sudarán los negros del ingenio, ni el papá zángano, ni la mamá cariñosa, que aflojaban las onzas. Ya no habrá aquello, Basilio, ya no habrá aquello, ni habrá un Pablito amable y ablandable que se deje querer y dulcificar con los atractivos de lo amarillo; ni un Bachiller, que no es sólo bachiller, que demasiado indulgente unas veces, y muy ocupado otras, dejó el timón de un buque nuevo, en manos de un atrapador; ni un Griego poco griego que saque de apuros al hijo mimado de un muy su amigo; ni un Matemático que sabe de Matemáticas lo que yo entiendo de encubiertos y pasteles. No habrá nada de esto, amigo Basilio. ¿Es usted un genio? Pues bien, entra usted estudiante en la Universidad Cubana, y no Real, y sale usted Doctor. ¿Es usted un bestia? Entra usted estudiante aprobable y orondo, y sale usted desaprobado y cariacontecido. Y en verdad, en verdad, Basilio amigo, ¿no te place como a mí me place y como a todos nos place, ese nuevo sistema, que así le abrirá las puertas al que lo merezca, como dará con ellas en las narices al que sin mérito alguno viniere a pretenderlo?
-Sí que me place, amigo Diablo, y sólo falta que este pan de azúcar que aquí nos ha traído la Providencia, abra al fin su seno y estampe en los periódicos con asombro de estúpidos y aplausos de sensatos esa tan esperada y suspirada ley de libertad de enseñanza.
Nos dice un amigo que le desea a Lersundi estos chascos:
Ir a cantarle al mar, y ser bañado por una ola.
Convidar a unas señoritas a refresco, y tras tener fama de pobre, habérsele olvidado el portamonedas.
Y como más desagradable que todos los chascos, oír gritar por las calles de España: ¡Viva la República Federal!
Pregunta “El Cucharón del Diablo”:
-¿No hay quién defienda la autonomia? ¿No hay quién hable?
-Espere usted, señor Cucharón, espere usted. Entre nosotros nunca hubo ni libertad, ni unión. Casi tenemos la una. Poco a poco logramos la otra. Aquí sucede con esto una cosa muy particular; hay tres de un mismo partido; uno está enfermo y no puede escribir; el otro puede escribir; pero el otro no tiene dinero.
Señor Estudiante Republicano: libertad de imprenta no quiere decir indecencia impresa. Vaya por lo del rabo de González Bravo.
-¿Qué es menester para que la isla de Cuba sea menos amarga?
-Que esté Dulce.
-¿Qué tiene de demás “El Cucharón”?
-Que mete el diablo en todas sus cosas.
Señor Gorro: nunca fue de almas nobles desear la muerte de una persona, aunque esta persona sea un Borbón.
Y ¿qué te falta ahora, pobre Diablo?
Fáltanme pesetas para poder hacer diabluras. ¿Qué me valiera gritar con el bolsillo vacío Viva la República Federal? ¿Ni qué tampoco dar vivas al Capitán General Libertador, Encargado del Gobierno Provisional?
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Nota:
El Diablo Cojuelo se imprimió en La Habana, en la Imprenta y Librería El Iris, Obispo 20 y 22, el 19 de enero de 1869; es decir, en la época de libertad de prensa, establecida por decreto de 9 de enero de 1869 por el capitán general español Domingo Dulce y Garay, quien había sustituido, días antes, a Francisco Lersundi.
Según Fermín Valdés Domínguez que publicó el citado periódico, de El Diablo Cojuelo se tiró un solo número, cuyo fondo y algún suelto eran de Martí; “lo otro es del doctor Joaquín Núñez de Castro, Antonio Carrillo y O’Farrill y mío”.
El Diablo Cojuelo se imprimió en La Habana, en la Imprenta y Librería El Iris, Obispo 20 y 22, el 19 de enero de 1869; es decir, en la época de libertad de prensa, establecida por decreto de 9 de enero de 1869 por el capitán general español Domingo Dulce y Garay, quien había sustituido, días antes, a Francisco Lersundi.
Según Fermín Valdés Domínguez que publicó el citado periódico, de El Diablo Cojuelo se tiró un solo número, cuyo fondo y algún suelto eran de Martí; “lo otro es del doctor Joaquín Núñez de Castro, Antonio Carrillo y O’Farrill y mío”.
Tomado de O. C. Vol. I, pp.31-36
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