lunes, febrero 08, 2010

Correspondencia Particular para 'El partido liberal' (2)

Crónica publicada en El Partido Liberal, México, 6 de julio de 1886.


SUMARIO.
—RESUMEN DE LOS ÚLTIMOS ACTOS DEL CONGRESO
—ANTECEDENTES Y COMENTARIOS DE LOS ÚLTIMOS PROYECTOS DE LEY
— EL CONGRESO Y EL PAÍS EN JUNIO.—CONVENCIONES DE LAS ASOCIACIONES.
—EXCURSIONES AL INTERIOR.
—PARTIDAS ALEGRES.
—GRANDES REGATAS.
—ARDIDES DE LOS DIPUTADOS.
—INTERIORIDADES DEL CONGRESO.
—MALA SUERTE DEL TRATADO DE MÉXICO EN EL SENADO DE LA CÁMARA DE REPRESENTANTES.
—DERROTA DE SHERMAN Y HEWITT, AMIGOS DEL TRATADO.
—LOS PROTECCIONISTAS DERROTAN EN LA CÁMARA EL PROYECTO DE REFORMA LIBERAL DE LAS TARIFAS.
—ESTUDIO SOBRE LA SITUACIÓN Y PORVENIR DEL PROTECCIONISMO EN LOS ESTADOS UNIDOS.
—LA PLATA, LAS INDUSTRIAS Y LAS COSECHAS.
—LA SITUACIÓN ECONÓMICA.
—VENALIDAD DE LOS REPRESENTANTES.
—LAS GRANDES EMPRESAS TIENEN CORROMPIDO EL SUFRAGIO.
—CÓMO SE AYUDAN Y SIRVEN LAS EMPRESAS Y LOS REPRESENTANTES.
— SE VOTA UNA LEY QUE PROHIBE A LOS REPRESENTANTES SER ABOGADOS DE LAS EMPRESAS QUE REQUIEREN TERRERÍAS PUBLICAS.
—EL PROBLEMA DE LA TIERRA EN LOS ESTADOS UNIDOS.
—ABUSOS DE LAS EMPRESAS Y ASPIRACIONES DE LOS TRABAJADORES, SOBRE LA TIERRA.
—LEYES RECIENTES SOBRE LA CONCESIÓN Y CONTRIBUCIONES DE LOS TERRENOS NACIONALES
—LEY IMPORTANTÍSIMA QUE PROHIBE A LOS EXTRANJEROS POSEER TIERRA EN LOS ESTADOS UNIDOS
—ANTECEDENTES Y GRAVEDAD DE ESTE PROBLEMA
—MANEJOS DE LAS CORPORACIONES EUROPEAS PARA HACERSE DE TIERRAS EN AMÉRICA
—VOZ DE ALARMA A LOS PAÍSES AMERICANOS
—CÓMO SE ESTÁN DESCOMPONIENDO LOS PARTIDOS
— CÓMO ADELANTAN EN POLÍTICA LOS TRABAJADORES
—GEORGE CHILDS CANDIDATO DE LOS TRABAJADORES PARA LA PRESIDENCIA.

New York, 18 de junio de 1886

Señor Director de El Partido Liberal:

Junio es acá mes agitado. La vida cambia de súbito, como los árboles, y se nota una prisa nacional por darse al aire y a la luz. El Congreso acumula sus trabajos. El Presidente se prepara a ir de recreo a las montañas. La milicia se congrega en campamentos improvisados. Los creyentes de cada secta religiosa disponen grandes reuniones de rezo al aire libre. Todas las asociaciones, abogados, sastres, libres pensadores, católicos, velocipedistas, maestros de baile, reformadores, cocineros, celebran en poblaciones pintorescas, sus congresos anuales, donde revisan la obra del año, pintan y explican al público sus argumentos, cambian ideas respecto a sus intereses y mejora, y organizan las tareas del año entrante: el hombre gusta de partir de la luz y de parar en ella: cuenta su vida de acción de julio a julio. Los colegios festejan su principio de trabajos, que en realidad no empiezan hasta octubre. Se crean escuelas ambulantes de ciencias políticas, de ciencias físicas, de idiomas, de instrucción varias, para aprender durante los tres meses de sol, en lo vivo del campo, a la sombra de los árboles. Los jóvenes vi(ri)les improvisan partidas de exploración, y con sus tiendas de campaña al hombro, sus provisiones y su rifle se van a las comarcas despobladas a vencer dificultades, a matar fieras, a buscar aventuras entre los indios, a vivir en lo desconocido, de lo cual vuelven siempre alegres y fuertes. Es una florescencia colosal; de las plantas y de los espíritus. Toda la nación es una rosa. En la bahía, como palomas enormes, tienden las velas blancas para la gran regata próxima los veleros ingleses y norteamericanos que van a disputarse este año la copa apetecida. La ciudad ese día es jubileo, y se va toda al mar, en vapores embanderados, en buques de pasear: se entibian los negocios el día de la gran regata: el champaña llega al cielo.

***
El Congreso parece siempre en está época poseído de esa prisa de fiebre. Las votaciones se suceden. Los asuntos demorados durante el invierno, se precipitan. Cada partido se esfuerza en hacer aceptar a su contrario las medidas que le interesan. Suelen pasar en esta premura medidas que una ojeada basta para reprobar. Algunos representantes hábiles mantienen en reserva hasta estos días sus proyectos de mayor interés, por ver si pueden obtener a la rebatiña un voto favorable del Congreso, poco preparado para ellos. Ambos partidos, republicanos y demócratas, van dilatando hasta el fin de las sesiones los proyectos en que no han podido convenir los bandos opuestos de cada partido,—el de reforma de la tarifa, por ejemplo, en que a pesar de la decidida protección del Presidente y sus Secretarios, acaban de ser vencidos los librecambistas, por aquellos mismos que han estado impidiendo la reglamentación del tratado con México, que en vano trató de reanimar Sherman en el Senado, proponiendo prorrogar el tratado por cinco años. Las industrias agrícolas amenazadas, el azúcar y el tabaco; han podido más que las manufacturas, pletóricas de artículos fabriles que no tienen salida. En la Cámara de Representantes, fue también vana la energía con que Abraham Hewitt, el noble y perspicaz yerno de Cooper, trabajó porque se declarara prácticamente libres de derechos aquellos frutos mexicanos que el tratado señala como tales. Los mismos que batallan contra la reforma de la tarifa en sentido liberal, que vaya preparando con moderación las viciadas industrias nacionales para la competencia en su propio mercado con las europeas, son los que batallan contra la vigencia del tratado mexicano.

Muchos arraigo tiene todavía el proteccionismo en los Estados Unidos, aunque se dan casos tan elocuentes como la última exposición de los cuarenta mil obreros de Pennsylvania que acaban de pedir al Congreso la abolición del derecho de entrada sobre las materias primas de la industria. Pero el proteccionismo que ha traído a la industria norteamericana a una plétora que la tiene en agonía, no podría resistir mucho tiempo el deseo justo de un cambio de sistema, que empieza a apetecer ya imperiosamente la Nación alarmada.

De tres riquezas viven los Estados Unidos: de las minas de plata, de las industrias y de las cosechas. La plata ya se sabe cómo está: si el gobierno no tuviera por la ley obligación de comprar cada mes dos millones del metal a las minas del país, con que luego no sabe qué hacerse, las minas habrían parado ya en una catástrofe. Las industrias, de puro producir a precios altos cantidades enormes de artículos que no pueden vender, están hoy, salvo aquellas muy especiales y necesarias, sin mercado donde colocar lo que van produciendo, y sin manera de dar trabajo a los millones de hombres que vinieron a este país, engañados por la prosperidad transitoria de que gozaron sus industrias, mientras una serie de cosechas pasmosas estuvo trayendo a la República rendimientos tales, que podía entregarse sin pérdida a todo género de tentativas costosas, y pagar sin peligro los precios subidos a que, en virtud del sistema de protección, tenían que comprar los artículos que sin ese sistema, hubieran podido comprar a Europa mejores y más baratos. Con derechos crecidos sobre las materias primas, con los salarios altos que los obreros necesitan en un país donde este sistema de protección a las industrias nacionales hace los productos de todas ellas caros, ¿cómo han de poder producir las industrias americanas a los precios bajos a que producen los países donde las materias primas entran sin derechos, y lo barato de la vida, por la libre entrada de los artículos extranjeros, permite a los operarios vivir con un salario escaso? Resulta, pues, que afuera no, pueden mandar los Estados Unidos sus artículos a competir con los de fábrica europea; y adentro, si de afuera no viene dinero en retorno de las exportaciones, ¿con qué dinero han de comprarlos? Así se llega a estar como Midas, que todo lo que palpaba era oro, pero no tenía que comer ni qué beber. Tal, pues, como están hoy su plata despreciada y su industria recargada, los Estados Unidos no pueden vivir de ellas.

Quedan las cosechas, la riqueza magna, aquella que, como hacían los antiguos, debía celebrarse cada año con fiestas jubilosas y regocijos públicos,—la riqueza de la tierra, que jamás se acaba. Los Estados Unidos venden sus algodones al Asia, y su carne a Europa,—y sus industrias, ya se ve con qué trabajo las venden, y cómo andan locos buscando asociaciones, tratados y congresos para asegurarse tierras que les compren; pero hoy por hoy, su principal fuente de vida está en las cosechas. ¿Cuál será en esto la suerte del proteccionismo? Abandonado el país, como único medio de recurso, a su producción industrial, se comprende que no puede quedar un instante en pie, puesto que con él el país no puede producir lo que necesita vender en las condiciones precisas para la venta; ni puede alimentar siquiera a sus trabajadores. Dos necesidades inmediatas requerían un cambio de sistema, gradual, como todo cambio que ha de ser fructuoso: una es la necesidad de la vida, la necesidad económica de vender, para poder vivir y comprar lo de afuera con los productos de la venta; la otra es la necesidad de dar alimento a tanto millón de hombre con mujer y con hijos, que en el día en que la ira de la miseria lo enardeciese, podía echar abajo de una arremetida toda esta fábrica de fachada, que no tiene tan sólidos los cimientos como suntuosa la apariencia. La suerte del proteccionismo depende aquí de las cosechas, y de los acontecimientos extranjeros que pudieran favorecer su venta. Si hay cosechas grandes, si hay en Europa una guerra que requiera mayor consumo de ellas y paralice las cosechas europeas rivales, entonces vendrá al país en retorno tal suma de rendimientos que se continuarán pagando por algún tiempo sin murmurar los precios altos de los productos nacionales, que así tendrán al menos el mercado propio que hoy les escasea, y la ventaja de que con la prosperidad general del país, no se note el daño que este recibe de mantener a las industrias que han de vivir de la exportación, en condiciones de no poder exportar si no hay grandes cosechas, o sucesos del extranjero que las consuman y levanten sus precios, el país se verá frente a frente del problema industrial, como ya se ve ahora,—frente a dos millones de hombres, que ya son dos millones con casa y sin trabajo,—frente a lo absurdo de un país que tiene que vivir del producto de unas industrias organizadas de tal modo, que sus productos no se puedan vender.

El sol es claro; pero no es más claro que esto. Sin embargo, los proteccionistas de los dos partidos reunidos, demócratas y republicanos, han derrotado hoy en la Cámara de Representantes el proyecto de reforma moderada y preparación juiciosa, que habían compuesto de acuerdo los librecambistas y los proteccionistas conciliadores. La razón es visible, puesto que acá las elecciones a Senador y Representante se sacan a fuerza de dinero, y hay elección de Representante que cuesta a cada candidato ochenta mil pesos, por lo que necesitan del auxilio de los monopolios y empresas, que los ayudan a salir electos con condiciones de ser ayudados después por ellas.—La reforma, por ahora, aunque está en el espíritu público, queda vencida: que acá tiene el sufragio sus llagas, como en otras partes, y suele el país pasar años pidiendo lo que sus Representantes, por intereses personales o de partido, le niegan tenazmente. Por esas causas también sucede que el Senador o Representante, pretenden sacar ventaja a las malas de sus puestos, y en acciones de empresas o en moneda aún más real reciben el pago de su voto en pro de las empresas ricas o de buen porvenir, y de su influencia en el Congreso que ha de legislarlas. Esto es ya tan sabido, que apenas hay Representante o Senador que no ande en estas culpas. Ya se susurra que tendrá al fin que abandonar su puesto el Secretario de Justicia, Garland, en cuyo departamento se accedió a establecer en nombre del gobierno una demanda de nulidad en favor de una patente de teléfonos en que Garland recibió, a cambio de su influjo, acciones por valor de medio millón de pesos, que otros probos legisladores, Hewitt entre ellos, rechazaron secamente. Y este escándalo ha llegado tan a mayores, que el Senado acaba de votar por considerable mayoría un proyecto de ley en que se prohíbe a los miembros del Congreso servir de abogados de las empresas que requieren concesión de tierras públicas.

A seguir como hasta aquí se ha ido, entre los extranjeros que acaparan terrenos, y los Representantes que por esas razones ocultas regalan la tierra de la nación a las corporaciones que les pagan el voto, se hubiera quedado la nación sin tierra.

A esto viene también otro proyecto de ley aprobado por el Senado en estos días: asombra la facilidad y largueza con que el Congreso ha dado terrenos valiosísimos a las compañías de ferrocarriles. Ya se sabe que Blaine mismo, como presidente de la Cámara de Representantes, trabajaba como Agente de una empresa de ferrocarril, que le pagó en acciones. Ahora ha decidido el Senado, para corregir tanta loca franquicia en alguna parte, que las compañías de ferrocarril no podrán por ninguna especie de ley, federal o local, librarse del deber de pagar tributo al Erario por las tierras que el Congreso pueda concederles, sea cualquiera el pretexto en que la exención se envuelva.—A dos objetos se dirige esta medida: uno es mostrar al país que sus Representantes atienden al clamor sostenido que está alzando en la nación esa vergonzosa entrega del caudal de tierra pública por aquellos mismos a quienes ha sido confiada en depósito: otro objeto, el principal acaso, es halagar y templar a la masa trabajadora, que sobre todas sus dificultades y yerros continúa disciplinándose y organizándose conforme al pensamiento de sus filósofos, quienes con Henry George a la cabeza piden, como estado final, que toda la tierra sea del dominio público, y, en preparación de esto, para que el tránsito al nuevo estado sea menos difícil, que se vaya desde ahora reteniendo la mayor extensión de tierra posible por el Estado, en cuyas manos debe llegar a quedar toda. Se quiere cerrar el camino, con actos oportunos de justicia, a esa masa temible, puesta en marcha, que no se detendrá sino donde se detenga su razón.

***

Esas mismas previsiones engendraron otro proyecto de ley que, sin un solo voto en contra, ha aprobado hace pocos días el Senado. En Europa las grandes masas de tierras se van escapando de las manos de los aristócratas ociosos que las poseen en virtud de privilegios de familia, otorgados siglos ha sin más razón que la necesidad ya pasada de fundar un Estado en que predominasen los señores, o el hábito de premiar con títulos y tierras las gracias de las mujeres y la infamia de los hombres. Otros nobles ha creado esta época, que son las grandes empresas, en cuyas manos tampoco están seguras las tierras que han amontonado, y de las que las va echando, con el ímpetu de lo que vive y quiere puesto, la muchedumbre cada vez más apretada de la población, que no permite la acumulación en una mano, o en un pequeño grupo de manos, de una extensión de tierra en que pueden vivir muchos que no tienen hoy por esa distribución injusta los medios de vida necesarios. La organización de Rusia la tiene preparada a ese repartimiento.

Las exageraciones socialistas perderán en Alemania por ese grano de razón que las sazona y preserva. En Francia, ya se sabe que la propiedad es de muchos. Inglaterra no podrá contrastar el brío con que la población pobre está exigiendo la reforma territorial, y ya habla de comprar a los lores la tierra irlandesa, para repartirla de nuevo entre muchos terratenientes, como medio de calmar las cóleras de Irlanda.—Pues toda esa cohorte de grandes propietarios, de aristócratas ociosos, de grandes empresas, ha venido cayendo en sigilo, sobre la tierra norteamericana, como caerá, y en algunos lugares ya ha caído, sobre la tierra de la América española. Y eso sí que hemos de salvar, ahora que vamos siendo pueblos,—nuestra
tierra!

Parece mentira: pero ya casi poseen una nación en los Estados Unidos los ricos europeos. Uno solo, el marqués inglés de Tweeddale, tiene 1 750 000 acres. Una casa de Londres, Phillips, Marshall y Comp., 1 300 000. Una compañía inglesa 1 800 000 acres en Mississipi. Otras también de Inglaterra, 2 000 000 de acres en Florida, y 3000000 en Texas. Una compañía alemana posee 1000000. Y una compañía holandesa tiene ya 4 500 000 en Nuevo México.

Y es preciso estar a la mira contra los ardides de esos compradores, porque, en la conciencia de su culpa, suelen no comprar francamente, y se valen de hábiles recursos. Ya compran en pequeños lotes. Ya hallan norteamericanos que se asocien con ellos, y amparen sus compras con los derechos que les da su nacimiento. Ya se valen de varios compradores, que entregan luego su compra a la persona que les emplea, y llega así a poseer en una sola cabeza una comarca, como el marqués de Tweeddale.

El mal es grave, y la ley votada por unanimidad en el Senado es radical. Prohíbe que, salvo en caso de herencia, cobro de deuda y provisión de tratado, puedan adquirir terrenos en los Territorios o en el Distrito de Columbia, que es en lo que puede legislar en esto el Congreso, ningún extranjero que no haya manifestado su intención de hacerse súbdito americano, ni ninguna compañía que no esté formada en virtud de las leyes federales, de los Estados, o de los Territorios. Tampoco puede adquirir tierras ninguna compañía que tenga entre sus miembros más de una quinta parte de extranjeros.—Y es tan cierto que las razones de esta ley son las mismas de las que ya llevamos apuntadas, que acaba el proyecto prohibiendo que ninguna compañía, aun cuando sea de ferrocarril, canal o calzada, salvo en caso de concesión del Congreso, posea más tierras que las que positivamente necesita para que funcionen sus vías. La Cámara de Representantes está en riña con el Senado, que quiere para sí más autoridad de la que le da la Constitución; pero en este asunto, han obrado, por diversos proyectos, en acuerda absoluto. Y todavía son más rudos con los extranjeros los proyectos de la Cámara que los del Senado. Están para venir tiempos grandes en la política norteamericana. Los partidos políticos actuales, incapaces de afrontar con una .intención unánime los problemas vitales de la tarifa, la moneda pública y el trabajo, se están descomponiendo, y mostrando al país su egoísmo e incompetencia. El carácter personal de Cleveland, venido con pocas trabas de la naturaleza, favorece, y como que prepara el advenimiento de una política viva, que afronte y resuelva los problemas reales, y reconstruya a la nación sobre las bases nuevas que la justicia humana y sus elementos de composición demandan. Ya se habla sin asombro de nombrar candidato para la Presidencia a un hombre de peso y bondad, George Childs, director del Ledger de Philadelphia, que jamás ha sido republicano ni demócrata, sino amigo de los pobres. De su diario vive un pueblo. A cada mujer que va a visitar la casa de su diario, le regala una taza de china. Y cada obrero suyo, tiene en el banco una cuenta; y para vivir y morir una casa. Lo ponen en ridículo porque escribe elegías y regala tazas; pero la verdad es que, como que se ve que el ejército trabajador se aprieta y viene adelantando, nadie ha tomado a burlas la posibilidad de que, cambiando de juicio los partidos políticos, elegirán los trabajadores de los Estados Unidos, con un programa de reforma social moderada a un Presidente de su propio espíritu. No será en la elección próxima. No sería extraño que fuese en la de 1892.

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