por Jorge Braulio Rodriguez*
Hasta donde sabemos, fue Eduardo Benet y Castellón (1878-1965) el primero que establece un vínculo entre José Martí y el haiku. En la introducción de su libro Ensayo de haiku antillano[1] reproduce, a modo de ejemplo, los siguientes versos del Apóstol:
Rojo, como en el desierto,
salió el sol al horizonte
y alumbró un esclavo muerto.
Al margen de que consideremos o no como haiku este hermoso fragmento, Benet nos abrió la posibilidad de leer algunos pasajes de la obra poética martiana según las claves estéticas subyacentes en los breves poemas japoneses. Con estas notas, aspiramos a mostrar que no se trata de una coincidencia fortuita, sino que hay profusas evidencias que permiten establecer esta ilación.
Quizá parezca exagerado afirmar que Martí es el primer haijin cubano. Pero inobjetablemente, fue el primero de los escritores cubanos que logró, por un lado, aprehender con un grado de síntesis y una sensibilidad que siempre pasma, el aquí y ahora de la naturaleza y nos dejó un cuerpo teórico –poético también- que establece un vínculo con las claves del haiku, lo que lo convierte –en este campo también- en un visionario.
El cuarto número de “La Edad de Oro”, revista que Martí escribió para los niños de América, se abre con el trabajo titulado “Un paseo por la tierra de los anamitas”. En él, se intercala una breve y hermosísima semblanza de la vida de Buda.
(Mencionar aquí la relación entre el budismo y el haiku. Aunque ver el haiku apenas como poesía zen impide la comprensión de sus alcances).
Entre sus Crónicas[2], presenta Martí La Pintura Japonesa, traducción de un fragmento de la obra de Em. Bergerac titulada « Les chefs d’oeuvre de l’art â l’Exp. Univ. 1878 ».
Este texto resulta muy interesante porque en él se reseñan tópicos estrechamente vinculados al desarrollo del haiku en el Japón. Allí se plantea:
Quizá parezca exagerado afirmar que Martí es el primer haijin cubano. Pero inobjetablemente, fue el primero de los escritores cubanos que logró, por un lado, aprehender con un grado de síntesis y una sensibilidad que siempre pasma, el aquí y ahora de la naturaleza y nos dejó un cuerpo teórico –poético también- que establece un vínculo con las claves del haiku, lo que lo convierte –en este campo también- en un visionario.
El cuarto número de “La Edad de Oro”, revista que Martí escribió para los niños de América, se abre con el trabajo titulado “Un paseo por la tierra de los anamitas”. En él, se intercala una breve y hermosísima semblanza de la vida de Buda.
(Mencionar aquí la relación entre el budismo y el haiku. Aunque ver el haiku apenas como poesía zen impide la comprensión de sus alcances).
Entre sus Crónicas[2], presenta Martí La Pintura Japonesa, traducción de un fragmento de la obra de Em. Bergerac titulada « Les chefs d’oeuvre de l’art â l’Exp. Univ. 1878 ».
Este texto resulta muy interesante porque en él se reseñan tópicos estrechamente vinculados al desarrollo del haiku en el Japón. Allí se plantea:
“Cuarto género de pintura adoptada por los japoneses es el que llaman
Sumié. esto es pintura con tinta de China, de é pintura, y sumi, tinta. Usábanla
al principio los poetas y letrados, y no era en los primeros tiempos aplicada
más que a la representación de los paisajes. Los pintores que la tratan hoy,
permanecen fieles a este principio, y, en recuerdo de los creadores de género
tienen el hábito de completar sus dibujos con estrofas de poesía. Estos dibujos
están ejecutados ampliamente, sin detalles, y de una manera casi sumaria. No hay
letrado japonés que no sea capaz de trazar sobre el papel una silueta del
Fujiyama, o de alguna otra montaña pintoresca…”[3]
La alusión a las prácticas pictóricas de los letrados japoneses y el propósito de integrar pintura y literatura, es una referencia a la Escuela Bunjinga que, si bien tuvo sus orígenes en China, ha trascendido hasta nuestros días como un fenómeno artístico distintivamente nipón. Según se resume en el fragmento citado, una de las peculiaridades de esta escuela es la espontaneidad, la frescura de los trazos. El hecho de que estas obras no fueran ejecutadas por pintores, sino por literatos, acentuaba su carácter expresivo, su simplicidad alejada de todo elemento superfluo. En realidad, la costumbre de integrar textos poéticos con imágenes es anterior: podemos verla también en Matsuo Basho, quien frecuentemente acompañaba sus poemas con sueltos esbozos.
En la traducción martiana, más adelante, hay una referencia directa a uno de los maestros del arte japonés de todos los tiempos: Buson (1716-1783). Cuando aún vivía, Buson fue apreciado principalmente como escritor de haikais: “…después de su muerte hubo cierto entusiasmo por su pintura; y hoy día es su gloria de poeta la que le hace pervivir en la historia”[4] . En la traducción, se le ubica entre los “bonzos y letrados” y “sacerdotes pintores”.
Al parecer, Martí no conoció directamente los textos poéticos de Buson pero el hecho de que lo mencione resulta un dato interesante al establecer los acercamientos de Martí, no ya al arte y la cultura japonesa –tema del que ya se han ocupado magistralmente otros investigadores-, sino al mundo del haiku en particular.
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NOTAS:
NOTAS:
[1] Benet y Castellón,Eduardo Ensayo de haiku antillano. Prensa Excelsior. Cienfuegos, 1957
[2] Obras Completas. Volumen 19. Páginas 321-326
[3] Idem. Pag. 324
[4] Rodríguez-Izquierdo, Fernando. El haiku japonés. Hiperión. Madrid, 1994. Pag. 89.
[2] Obras Completas. Volumen 19. Páginas 321-326
[3] Idem. Pag. 324
[4] Rodríguez-Izquierdo, Fernando. El haiku japonés. Hiperión. Madrid, 1994. Pag. 89.
*Publicado por el autor en su blog: En clave de haiku
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